27 de noviembre de 2007

Dormir con la televisión encendida produce monstruos.

Desde hace un par de días cohabitamos en nuestro dormitorio con una pequeña televisión. Uno de esos viejos sueños juveniles que con el paso de los años, y en vista de los residuos radioactivos que se vomitan a través de la pantalla, si no se ha olvidado, lo mejor que se puede hacer es evitarlo. Aunque mi novia no es de la misma opinión, y sobre una mesita baja del dormitorio, en cuanto ha podido, ha plantado el hipnotizante elemento. Con sus cuernos telescópicos y todo.
Lo peor del asunto no es la de tiempo que podemos empezar a perder embobados hasta que el sueño nos venza, lo más inquietante es que, una vez dormidos, si es que hemos dejado encendido el aparato, salgan de la pantalla y campen a sus anchas por nuestra casa los seres obtusos que habitan los programas televisivos. ¿Qué turbio secreto descubrirían entonces los colaboradores de los magazines rosas si se decidieran a rebuscar en nuestro cubo de basura? ¿Qué no reciclamos?... ¿Sería capaz la señora mayor que presenta el concurso de la piara de insustanciales que convive durante unos meses en una casa de no despertarnos con sus berridos?... ¿Y los tertulianos políticos de la cadena autonómica, tendrían la suficiente capacidad de ver algo bien hecho y positivo en una casa que no es la suya?... Poltergeist, en comparación, se queda en un plácido sueño.
Me consuelo pensando que del mismo que pueden aparecer este tipo de seres, también pueden hacerlo otros mucho menos nocivos. Si del aparato saliera Karlos Arguiñano, estoy convencido de que a la mañana siguiente tendríamos sobre la mesa un desayuno de rey. O si lo hiciera Maldonado, si es que predijera lluvia, seguro que del tendedero, solícitamente, nos recogería toda la ropa.
En cualquier caso, por si un día abro los ojos y encuentro a algún personaje televisivo no deseado deambulando por mi casa, duermo, desde que la pequeña televisión cohabita con nosotros, con el mando de distancia en la mano, para de un botonazo mandarlo a hacer interferencias.

25 de noviembre de 2007

La viñeta (I)


14 de noviembre de 2007

Mi abuelo decía... (I)

Mi abuelo decía que quien se queja lo hace porque sabe que hay alguien que le escucha.
Por eso él nunca se quejaba, porque mi abuela era sorda.

11 de noviembre de 2007

El Rastro (o madrugar un domingo.)

Después del paseo de esta mañana, he decidido que sólo voy a volver al Rastro si es que en alguna ocasión necesito imperiosamente algo que sea incapaz de encontrar en cualquier otro rincón del planeta.
Como me había sucedido la decena de veces que con anterioridad había perdido la mañana del domingo en deambular por sus calles, he terminado, como pollo sin cabeza, subiendo y bajando cuestas, con los talones llenos de pisotones, admirado de que alguien pueda pasarse seis horas de pie derecho con la esperanza de vender un puñado de cables despeluchados y unos visillos acartonados como el hojaldre, y, lo que es más admirable, que finalmente aparezca un tipo interesadísimo en comprarlos.
Siempre me decido a dar esta vuelta por el Rastro con la estúpida ilusión de que en un tenderete de una calle solitaria (esto, ya de por sí, es bastante improbable), apilado junto a una docena de cuadros más, voy a descubrir un auténtico Zurbarán que ha pasado durante años desapercibido para especialistas y curiosos. Y no sólo eso, una vez que lo reconozca, solapado en la parte trasera de uno de los travesaños del lienzo; voy a descubrir una pequeña nota autógrafa del pintor extremeño dando fe de su autoría. Por cuatro euros me lo llevaré a casa, etc., etc.
Pero con lo único que doy es con cucharas decimonónicas lamidas hasta la deformación, figuritas mohosas de escayola y llaves herrumbrosas más pesadas que aldabones. Y digo yo, ¿para qué se quiere una llave de la que se desconoce su cerradura? ¿Qué se hace en esos casos, va uno, puerta por puerta con la esperanza de que la llave encaje?... ¿Y si finalmente se da con la cerradura correcta y lo que hay detrás de la puerta nos decepciona? ¿Qué se hace entonces? ¿Se vuelve a tirar la llave al Rastro?... Posiblemente.
Aunque para cosas realmente decepcionantes, continué caminando hasta los alrededores de la Puerta del Sol, donde hoy (¡once de noviembre!) podía verse como una docena de operarios empezaban a montar el entrañable y navideño decorado de Cortilandia. Ha sido verlo e imaginarme dentro de un mes y medio caminando con prisa y, por distracción, caer atrapado en medio de la entusiasta masa humana que aplaude y tatarea todas las canciones del espectáculo...