24 de diciembre de 2007

La fecha lo pide: tema navideño.

En mis navidades infantiles, el manjar navideño más preciado era la caja de galletas Surtido Cuétara. En cuanto llegaban a casa mis padres cargados con “La gran compra de Navidad”, los cuatro hermanos les abordábamos y revolvíamos en todas las bolsas hasta que dábamos con ella. Luego, el ritual, inamovible y ancestral, era bien sencillo: se trataba de no haber merendado con anterioridad para recibir así el permiso materno que dejaba franco el asalto a la caja. Si la concesión se resistía, el turco era repetir insistentemente las palabras mágicas “¿Podemos abrirla? ¿Podemos abrirla? ¿Podemos abrirla?...”; hasta que mi madre, a la vez que imploraba la venida de Herodes, accedía.
Una vez recibida autorización, nos sentábamos los cuatro hermanos en la mesa camilla de la salita de estar. Uno de nosotros, habitualmente yo, al ser el primogénito, se encargaba de abrir la caja y de sustraer una de las dos bandejas que contenía. Ante nosotros se abría entonces todo el abanico galletero que la imaginación infantil podía desear: galletas cuadradas, rectangulares, con envoltorio, sin él... Era el momento de pensar en la estrategia. De uno en uno, previo sorteo, se iba eligiendo galleta. Y galleta elegida, galleta que se comía. Las más preciadas, “el trío mágico”, eran los bocaditos de nata compactados por dos galletas de distinto color, las galletas de crema de limón y los barquillos de chocolate. Eran las primeras celdas que, tras un par de rondas, dejábamos tiritando. Luego nos decantábamos por aquéllas que tuvieran algo de chocolate, indistintamente de lo que recubrieran.
Se trataba de hacerse con las galletas más sabrosas, pero también de ser conocedor del gusto de tus hermanos para fastidiarles todo lo posible con tu elección.
Cuando la bandeja estaba a punto de convertirse en material de desecho, nuestros estómagos empezaban a dar signos inequívocos de descomposición. Era el momento más duro de la ceremonia, ya que, aparte de estar atiborrados de galletas, a dos desafortunados les correspondía por turno dar salida también a la última variedad, la temida galleta campurriana, esa masa informe y seca que algún desaprensivo se empeñaba en seguir haciendo buena al incluirla en el Surtido.
Por la noche caíamos los cuatro en la cama, víctimas de una tremenda colitis. A nuestra madre tratábamos de justificársela con algún tipo de virus contraído en el colegio. No colaba; y la otra bandeja de galletas iba directamente a la estantería más alta de la cocina.
Sólo un par de días después, insistiendo nuevamente con las palabras mágicas, lográbamos zamparnos de una sola sentada la segunda bandeja, curiosamente, el mismo día que éramos víctimas, por segunda vez durante las navidades, de una nueva indigestión.
Cuando en aquellos años les hablaba a mis amigos de nuestro ritual navideño, ellos siempre me preguntaban: ¿Y por qué no abrís las dos bandejas a la vez? Era una pregunta que caía por su peso, aunque yo prefería fingir que nunca había reparado en la posibilidad, por si acaso me tomaban por iluso; ya que mis hermanos y yo estábamos plenamente convencidos de que mi madre había creado un dispositivo de alarma que se activaba si se rompía el plástico de la segunda bandeja sin haberse terminado antes la primera. Y, a los diez años, no todo el mundo es lo suficientemente maduro para asimilar respuestas tan técnicas... ....................................................................................... .......... ...............................

19 de diciembre de 2007

Mi abuelo decía... (III)

Mi abuelo decía que las leyes son como las telas de araña: detienen a las moscas pequeñas, pero los moscardones se las llevan por delante.
Eso explicaría que anteayer, estando prohibida la acampada libre en todo el territorio nacional, paseando por el campo, viese plantada en medio de El Pardo una jaima bien hermosa.

12 de diciembre de 2007

Discos de segunda mano.

Al menos una vez al mes suelo quedar con Carmona para dar una batida por las tiendas de discos de segunda mano. Hay días que con sólo echar un vistazo en una de ellas, copamos todo el presupuesto previsto. Pero otras, las más, ya que las tiendas de discos son cada vez menos (recientemente también pasó a mejor vida la de la calle Bordadores) y la morralla mayor, para saciar nuestras ansias de nuevos compactos hemos de rematar nuestra búsqueda en grandes almacenes.
Ayer Carmona no podía acompañarme, y yo, incapaz de contener el deseo de entretener la tarde rebuscando en los manoseados cajones, salí a la calle doblemente autocondicionado: por un lado había decidido que sólo compraría música en castellano, y por otro, que esta vez no pisaría FNAC ni en caso de máxima necesidad (y mucho menos El Corte Inglés.) Si volvía a casa con las manos vacías, habría que esperar a una nueva cita...
Buscar música en castellano que merezca la pena es una labor de orfebrería. Ya quedó demostrado el jueves pasado con el estreno del nuevo programa musical de La 2, No disparen al pianista. Más de lo mismo. Si la oferta musical española, más allá de la fabricada en Miami y popularizada en las verbenas de las radiofórmulas, se reduce a grupetes que entonan letanías monocordes en inglés o a combos étnicos de inquietudes sociales, vamos dados.
Encontré dos discos a buen precio que me apetecía escuchar: el concierto acústico de La Frontera, Siempre hay algo que celebrar, y el directo de Christina Rosenvinge, Flores raras. Una de cal y otra de arena. El primero, con su rock de saloon y su country sureño, es prueba de que hay grupos en castellano que componen e interpretan con la misma solvencia que otras bandas en la misma línea musical lo hacen internacionalmente con mayor reconocimiento. El de Christina Rosenvinge, por el contrario, peca un poco de monótono. Todas las canciones tienen un mismo tono de somnolencia siestera, y más que flores raras, parecen todas ellas flores mustias. Carmona no hubiese aprobado su compra.
En cualquier caso, lo mejor de las compras de ayer fue la que dejé sin hacer, ya que, mezclado con los compactos de grupos españoles, encontré uno de un cantante americano de melena ondulante y voz de barítono que, con el título This is the time (The Christmas Album), incluía una decena de temas navideños. Aunque inicialmente su ubicación errónea pensé que se debía a un gesto del destino que ponía a mi alcance un manjar navideño, en un momento de inmediata lucidez me dije: “¡Joder, Michael Bolton! ¡Este tío no tiene absolución ni en Navidad! Seguro que me lo llevo a casa y, como el caballo de Troya, me destroza todo el espíritu festivo... Que sea otro desaprensivo quien cargue con él.”

9 de diciembre de 2007

La viñeta (II)


5 de diciembre de 2007

Mi abuelo decía... (II)

Mi abuelo decía que si beber un vaso de vino al día era beneficioso para el corazón, beberse una botella diaria debía ser todavía más saludable.
Por eso nunca tuvo problemas cardiacos, pero tuvo que trasplantarse dos veces el hígado.

1 de diciembre de 2007

Novela finalista (tala de árboles injustificada.)

La semana pasada me decía una amiga, en relación con la reciente entrega de un premio literario a un popular personaje televisivo, que lo más simple es pensar que el libro, viniendo de quien viene, es una auténtica mierda de tercera; que muchos se permitirán el lujo de descalificarlo gratuita e injustamente sin ni tan siquiera haberlo leído. Algo, que he de confesar, estuve a punto de hacer, pero, por evitar polémicas con ella y por la estima cultural que le profeso, evité. Y no sólo eso, para dar una opinión más sentada de la novela, me la compré. Hace un rato he terminado de leerla y he sacado dos conclusiones: una, si Cervantes se hubiese iniciado en la escritura como guionista de rancias telenovelas venezolanas, y si posteriormente hubiese ganado en popularidad vociferando simplezas y memeces en un programa televisivo nocturno de peor gusto, de El Quijote, por falta de capacidad literaria y mental, no hubiese sido capaz ni de escribir una frase. Y dos, si un día vas por la calle y ves en la acera un bulto arcilloso, de textura cremosa y maloliente, por mucho que una amiga trate de convencerte de lo contrario, no lo dudes, no te acerques a él, es una mierda.
En cualquier caso, si el año que viene queda finalista del premio literario un Teletubbie, esperemos que la novela que presente tenga algo más de interés narrativo, que, por agravio comparativo, al habérmela comprado este año, el que viene también he de hacerlo.