28 de febrero de 2008

La viñeta (III)


20 de febrero de 2008

De garbeo por ARCO (o cómo el Arte Contemporáneo nos convierte en maletas.)

El pasado lunes se clausuraba la vigésimo séptima edición de ARCO. Más allá del que pueda justificar el contable de la empresa organizadora, perfectamente objetivo y cuantificable, todos los balances que de la misma se hagan, como la mayor parte de los escritos de retórica artística, resultan arbitrarios, huecos y, sobre todo, innecesarios. Aunque, obviando estas evidencias de las que somos conscientes, desde la redacción de De lo malo malo… nos vemos incapaces de negarle a semejante cita unas cuantas líneas.
Mamarrachadas, lo que se dice mamarrachadas, de ésas que llegas a casa y dices: “Joder, he visto en ARCO una cosa que… ¡Buf!” De ese tipo de engendros, lo cierto es que en esta edición no se exponían muchos. Esta claro que, como feria que es, según pasan las ediciones, lo que busca el que asiste a ella con un stand, es vender; y, cuanto más, mejor. Si a uno le da por pagar un buen dinero por un puestecillo en un mercado de barrio, y luego la mercancía que pregona es verdura podrida, díganme dónde está el negocio… Así, aberraciones que atentasen contra la capacidad mental del espectador, lo cierto es que esta edición no había demasiadas. Si acaso, lo más ofensivo que podía encontrarse, era la explicación de algunos galeristas engolando simples expresiones plásticas de contenidos y mensajes que atufaban a propaganda de crecepelos.
El poder terapéutico del arte, incluso en eventos desacralizados como éste, volvió a quedar más que probado. Llegué a la cita levemente descompuesto del estómago, pero al dar los primeros pasos por el pabellón, imbuido por el clima de solemnidad imperante, el rictus de seriedad y circunspección de los visitantes, especialmente en el momento de contemplar las obras, por el gesto de gravedad que sin pretenderlo se impuso también en mi rostro, hizo que, milagrosamente, mi leve descomposición deviniera en un agudo estreñimiento.
Quien buscase grabados de Chillida en la feria, lo tenía tan fácil como aquél que busca discos de Elton John en las tiendas de segunda mano. ¿Cuántas grabados realizó este escultor? Si esculpió tanto como grabó, ¿qué cordillera devastó completamente? ¿Cuántos cientos de tomos compondrán su catalogo razonado?... ¿O es que la organización de la feria regala a cada galería la copia de un grabado del artista sólo por participar? (Eso sí, con la obligación de exponerlo.) ¡Qué suerte la de aquellos visitantes apasionados de la abstracción geométrica más monótona y seca!
Muy positiva, también hay que reseñar la participación de Brasil como país invitado. Queda claro que, si por algún motivo en el futuro viajamos al país de la samba, mejor tratar de dislocarnos la espalda bailando, que perder el tiempo visitando sus galerías de arte.
En definitiva, cuando se celebra ARCO de lo que se trata es de asistir. Así que, desde aquí, ante la pregunta de rigor, hemos de responder: “Sí, estuvimos en ARCO”. Incluso, podemos añadir: “Y, sí, había menos mamarrachadas y tontunas que en la Pasarela Cibeles.”

7 de febrero de 2008

El ramo de novia más longevo de la historia.

Marieta San Martín, de setenta y tres años de edad y vecina del madrileño barrio de Chamberí, conserva fresco como una lechuga, cincuenta años después, el ramillete de azucenas que llevó consigo al altar el día de su boda. Su marido la abandonó unos meses después de que contrajeran matrimonio, pero el ramillete han pasado cinco décadas y se mantiene sorprendentemente intacto, lleno del mismo vigor que atesoró el primer día. Historia inaudita de la fuimos partícipes en De lo malo malo... en fecha reciente, gracias a la entrevista que nos concedió la protagonista de tan singular suceso, que a continuación reproducimos.

Dice Marieta que todo el tiempo libre del que siempre ha dispuesto se lo debe, sobre todo, al hecho de no haber sido madre. Sobre las paredes de la salita donde nos conduce para realizar la entrevista, y también sobre algún que otro mueble de la misma, pueden verse más de media docena de fotografías enmarcadas de niños y adolescentes, sobrinos suyos, me dice. Y también otras de la propia Marieta y de distintos miembros de su familia tomadas a lo largo de las últimas décadas. De entre todas, hay una que por tamaño y emplazamiento se impone: la de su boda. Una fotografía de cuerpo entero en blanco y negro. Ella viste en la misma un discreto traje claro y luce un peinado recogido hacia atrás. Una mano la lleva engarzada al brazo de su marido, un señor rechoncho y bigotudo, vestido con un discreto traje también; y con la otra sostiene un florido ramo de azucenas. El mismo que, dentro de un jarrón de loza, se mantiene vivo y lustroso sobre un pequeño aparador colocado justo a los pies de la fotografía.

El Optimista.- Marieta, ¿cuándo hace, dice usted, que contrajo matrimonio?
Marieta.- Cincuenta años el próximo verano. Mas de media vida...
EO.- ¿Y cuándo fue que usted empezó a darse cuenta de que el ramo que había lucido el día de su boda no se marchitaba?
M.- Sería a las tres o cuatro semanas de la boda. Mi marido y yo nos marchamos después del casorio de viaje por la sierra granadina, donde su familia tenía unas tierras. A la vuelta, tres o cuatro semanas después, como le digo, llegamos a casa y nos encontramos el ramo tal y como le habíamos dejado. Igual de fresco que hoy mismo.
EO.- ¿Recuerda usted quién se lo regaló? ¿Dónde lo compró?
M.- Lo trajo de Burgos uno de mis hermanos. Es que yo tengo mucha familia en Burgos... Se lo compró, me dijo luego, a un vendedor ambulante. Pero igual que compró éste, compró otros de azucenas y otras flores para el resto de la familia, y todos se fueron marchitando. Sólo quedó éste.
EO.- ¿Y cómo se explicó usted entonces que no se marchitara? ¿No le sorprendió?
M.- No sé, como yo era entonces una joven entusiasta y estaba muy enamorada de mi marido, pensé que ésta era una señal de que nuestro amor no iba a marchitarse nunca. Pero luego...
EO.- ¿Luego?...
M.- Luego, el muy cretino, me abandonó por una vecina. A los pocos meses de casarnos. Pero las cosas no le fueron bien, sabe. Él pensaba que el ramo de azucenas se mantenía vivo porque sus flores eran sensibles a las poesías que él les recitaba. Mi marido era poeta; aficionado, claro. A mí me engatusó con sus versos... Y sostenía que ese ramo, fruto de nuestro amor, se mantenía vivo por el mismo amor que emanaba de sus poesías. ¡Qué chiflado estaba! Una mañana, así, de buenas a primeras, me dijo que se iba, que se había enamorado de otra mujer. Una idiotez, porque para irse dos pisos más abajo como hizo, no hubiese hecho falta tanta fanfarria. Trató de suavizar la jugarreta diciéndome que diera tiempo al tiempo, que marchándose él, ya vería, no se acababa el mundo, que supiera tener paciencia para salir adelante. Lo único que vas a perder, me dijo, es el ramo de flores, que sin mis poesías seguro se marchitará. No fue así. El ramo siguió como si tal cosa, igual de bonito y florido.
EO.- ¿Y qué le pareció esto a su marido?
M.- No, él no se enteró. Él y la vecinita habían abierto entonces una floristería en una calle cercana y la publicitaban diciendo que las plantas que en ella se vendían, sólo con recitarles unos versos que él mismo componía, podían mantenerse vivas años y años. Yo, una vez que me lo encontré en el portal, le dije que nuestro ramo de boda, al día siguiente de que él me abandonara, se había marchitado. Así le convencí un poco más de que sus dotes para la “hortipoesía”, como él la llamaba, estaban fuera de toda duda...
EO.- ¿Le iría entonces mal el negocio?
M.- Lo cerraron en un par de meses. Muchos le acusaron de farsante, de desequilibrado. Pero él no se dio por vencido. Montó luego otro: ¡Ése sí que fue la repera! Con el mismo sistema de la “hortipoesía”, empezó a comercializar neveras que no llevaban ningún tipo de conexión a la red. Una locura. Decía que los alimentos podían conservarse frescos durante semanas solamente a base de sonetos y ripios así. Le fue todavía peor que con la floristería. En medio año, la empresa quebró, la vecinita le abandonó y el entró voluntariamente en el loquero. Es lo último que supe de él. Si no le ha dado por recitarse poesía a sí mismo seguro que todavía sigue vivo.
EO.- Marieta, en todos estos años, imagino que muchos científicos se habrán acercado a su casa en busca de una respuesta a este fenómeno...
M.- Sí, alguno. Pero nadie me ha sabido decir nunca nada claro. Que si era una mezcla rara de azucena y de siempreviva, que quizá la loza del jarrón tuviese restos de uranio... Sólo hipótesis. También han venido periodistas como usted, y alguna que otra personalidad. Recuerdo a un político gallego, al que la secretaria que le acompañaba le llamaba don Manuel, que se puso muy pesado con que le regalara una azucena. Y se la di. Pero no crea usted que la quería para lucirla en el ojal, no. Delante de mis narices, se la comió.
EO.- ¿Con qué fin?
M.- Estaba convencido de que este ramo de flores procedía del manantial de la eterna juventud. Y que, gracias a su poder, podría mantenerse siempre vivo y desarrollar la carrera política más larga de la historia. Pero eso fue hace muchos años, no sé si le funcionaría...
EO.- Y usted, Marieta, ¿qué piensa hacer con el ramo? ¿comérselo también por si acaso diera la vida eterna?
M.- No, hijo. Esas tonterías yo no me las creo. Si el ramo se marchita de aquí a nada, pues... ¡qué le vamos a hacer! Bastante ha durado ya ¿no cree? Y si él aguanta más que yo, lo que sí quisiera, es que lo colocasen sobre mi lápida, así no se tiene que molestar nadie en llevarme flores al cementerio. Como, aparte, tampoco hace falta regarlo...