23 de septiembre de 2008

El Sainete: "LAS PAPELETAS DE LA RIFA" (Escena I.)

Un café. Frente al público, ocupando casi todo el escenario, las mesas del café. A la izquierda del espectador, la barra. La acción transcurre en el Madrid de finales del XIX.

VALENTÍN y PONCE, dos jóvenes bien parecidos, aparecen sentados en una de las mesas. En el café sólo se encuentran un par de CLIENTES más y, tras la barra, el CAMARERO.

(Léase / interprétese como si de un escrito en verso se tratase.)

VALENTÍN: Querido Ponce, de suma gravedad es el suceso del que necesito hablarte. Atribulado estoy y, siendo tú como eres mi más fiel amigo, de semejante confusión quisiera fueses parte...

PONCE: Habla pues, que desde la mañana me tienes en vilo. Incómodo me hallo, desorientado e impaciente, como corderito tierno a orillas del Nilo.

VALENTÍN: ¿Conoces a la Vicenta?

PONCE: ¡Cómo no! La fea pechugona, que a nosotros, los mozos de buen gusto, por su aliento ahuyenta.

VALENTÍN: ¡La misma! Grosera, bruta y chabacana. De una recua de bandoleros y matones hermana.

PONCE: Conózcoles bien también a ellos. En muchas se han visto metidos, apurándole con navaja a más de uno el cuello. No son gentes de buena calaña. (Levantando el brazo, dirigiéndose al camarero.) ¡Camarero, por favor: dos cañas!

VALENTÍN: Como bien sabes, anduve la semana pasada dando una vuelta por la verbena. Olisqueando y tanteando, en busca de una joven lozana que mereciese la pena. Toda la tarde estuve, más no vi que generalas, flacas y memas. Busca que te busca, y nada: ¡ni una sola tía buena! Hacia mi morada me encaminaba cuando, de repente, en la esquina de Mayor con San Miguel, me topo con la figura más angelical que jamás hubiese podido imaginar mente. Gesto dulce, suave silueta y no más de veinte. La chisto y me mira, pero, a su lado: ¡Oh, demonios, la vampira!

PONCE: ¿Tan dulce manjar al lado de la Vicenta estaba?...

VALENTÍN: Y no sólo eso, sino que nada más tratar de acercarme a ella, me dice que es su prima, la muy tonta de baba.

PONCE: Pues entonces es éste caso claro, Valentín, al ángel del que tú me hablas no le encontrarás alas ni conoce querubín. Si es prima de la Vicenta, ambas tienen por genética la misma raíz. Brutas y ramplonas las dos han de ser, ya lo dice sin duda ese sabio inglés al que llaman “Dargüín”.

VALENTÍN: Me niego Ponce, con ella he hablado y jamás mayor goce de la cándida belleza he hallado.

PONCE: Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Tan embobado te tiene su belleza que para pegar la hebra no encuentras tema?

(El CAMARERO les sirve un par de cervezas.)

VALENTÍN: No es eso. El problema es la Vicenta, que ni a sol ni a sombra se aparta de nosotros. A su prima, que Catalina tiene por nombre, parece no molestarle, pero, si por mí fuera, ya le he dicho, lejos la pondría, bien sellada y sin destino en un sobre. Y aquí viene el suceso: las veces que con nosotros anda, un recado tras otro mi ingenio le manda. Pero, date, que ayer le encomiendo por unos helados y billete usado en la zarpa le dejo dado. Resulta que llega al tenderete y pide tres cucuruchos de fresa. El heladero echa un vistazo al billete y le dice que no es verdadero. Ella se atribula y por la boca comienza a soltarle coces como parca mula. Llega al instante la Autoridad: “¡Todos a callar!”. El billete inspeccionan y sin dudas ni titubeos resuelven que la Vicenta es una ladrona. Presa la conducen a comandancia. Catalina tras ella y yo en estampida, cual conductor de ambulancia. Y desde entonces nada sé, sólo que en la esquina de mi casa, noche y día, a uno de los hermanos de la Vicenta apostado se ve. ¿Qué he de hacer, querido Ponce? Más me valiera convertirme en piedra de la misma manera que en Sigüenza se encuentra el “Dóncel”...

PONCE: ¡Fatal suerte, Valentín! Pero, ¿cómo es posible? Tú que eres persona cabal, perder de este modo el magín.

VALENTÍN: No era consciente, créeme, de la falsedad del billete. Tu bien sabes que ninguna necesidad tengo de jugarme el pellejo en tan indecoroso brete. No sé dónde esconderme, mi entendimiento solución no haya...

PONCE: De momento, y por lo pronto, mejor será que a mi casa vayas. O “vengas”, como mejor a la rima convenga...

VALENTÍN: Más no quisiera yo causarte problemas. Los hermanos de la Vicenta son tercos y temerarios y no se andan con pamemas.

PONCE: Por un par de días nadie sospecharlo debiera. Duermes en uno de los cuartos del sotobanco, y en cuanto la situación se aclare y sepamos que el cielo abre, hablamos con esa gente de mal agüero para que de una pedrada no te descalabre.

VALENTÍN: Muy confiado en el diálogo te veo, querido Ponce. Dudo que el entendimiento imponga su mano en esta tesitura, que no son afamados los hermanos de la Vicenta por ningún acto de clemencia ni misericordia de cura.

PONCE: Es lo que nos queda, amigo Valentín. Apura esa cerveza y busquemos el atajo hasta mi casa por calles oscuras. Mañana, al alba, enviaré a uno de mis criados por noticias a la tuya.

VALENTÍN: Si crees que así proceder debo, en tus manos me pongo y, sin dilatarnos, el trago de cebada me bebo.

(Apuran su cerveza y salen.)

9 de septiembre de 2008

Mi abuelo decía... (VI)

Mi abuelo decía que la vida es de los que arriesgan y de los que madrugan. Yo, tratando de aunar en una sola acción este consejo, desde que volví de vacaciones, he decidido levantarme para ir a trabajar sin utilizar el despertador. Y la vida, de momento, no es que me vaya mucho mejor; lo único que me he ganado, eso sí, han sido unos cuantos apercibimientos por fichar tarde.