21 de diciembre de 2008

La máquina de calibrar.

Un amable lector, imbuido, como él mismo nos asegura en una carta adjunta, por el carácter filantrópico de las fechas que se avecinan y el tono inquieto de nuestra amable gacetilla, ha hecho llegar hasta la redacción de De lo malo malo… un curioso y revelador artefacto para nuestro libre uso y disfrute: la máquina de calibrar. Este aparato tiene una apariencia cercana a la de las máquinas que en las casetas de feria ponen a prueba la fuerza de aquellos que, por una moneda y ayudados de una maza de plástico, golpean en la base de la máquina, para que un indicador, a modo de termómetro, les mida la contundencia del mazazo. La máquina de calibrar no presenta, claro, ni mazo de plástico ni punto en la base al que mamporrear, pero sí tiene un pequeño teclado y una pequeña pantallita en la que se pueden escribir frases o expresiones, que, gracias al termómetro adjunto, son calibradas dentro del amplio espectro de la estupidez retórica.
Un poco escépticos con el invento, antes que dejarlo apartado en algún rincón de nuestra redacción, hemos querido probarlo con la primera frase que ha caído en nuestras manos. Ha sido ésta, de un conocido crítico de arte: “Lo que hace de un artista un artista de verdad no es nunca lo que ha hecho, sino lo que le queda aún por hacer.”
Nada más pulsar el botón del calibrado, el termómetro casi nos revienta en las narices y los plomos de todo el edificio han saltado. Hemos pensado: o bien este aparato no carbura, o bien la frase es de una estupidez alarmante… Ha pasado el rato y analizándola detenidamente estamos convencidos de que la máquina funciona correctamente y la frase, envasada al vacío, coincide que es una de las infinitas muestras que genera la incansable retórica artística, de sonoridad rimbombante pero de sentido y contenido hueco. Si no, cómo se explica que a estas alturas la humanidad siga venerando a Fidias, Rafael, Velázquez, etc. como a los más grandes artistas de todos los tiempos si hace siglos que, como Michael Jackson, no sacan obra nueva. Ésta claro que el crítico en cuestión, o quizá el becario que le escribe/trascribe los textos, tan sólo ha buscado epatar con una reflexión brillante y paradójica, sin tener en cuenta que la máquina de calibrar es capaz de poner en evidencia la más mínima muestra de estupidez retórica, que en este caso es mucha.
Gracias a nuestro amable lector por el regalo, al que confiamos seguir sacándole partido en las próximas semanas.

3 de diciembre de 2008

El Sainete: "LAS PAPELETAS DE LA RIFA" (Escena III.) (Primera parte.)

Amanecer. Paraje de la Casa de Campo. A la izquierda de la escena, están PONCE y VALENTÍN. A la derecha, los tres HERMANOS de la VICENTA, con aspecto de rudos pendencieros, en actitud expectante. Y, en el centro, dos TESTIGOS, que conversan entre sí.

VALENTÍN: (Nervioso y atribulado.) Ponce, amigo, la primera duda que me asola: ¿el duelo será a espada o a pistola?

PONCE: A espada, siempre a espada.

VALENTÍN: ¿Y si la mía no está cargada?

PONCE: Valentín, amigo, deliras. Si se saben manejar, todas las espadas están cargadas.

VALENTÍN: En poco más de cinco minutos la del hermano de la Vicenta, de mi sangre, seguro, embotada. ¿Y si por innovar que use él la espada y hago yo lo propio con la pistola?...

PONCE: No procede. Ese es duelo desigual.

VALENTÍN: Desigual es que semejante rufián dé muerte a tan presto galán. ¿No están estos duelos categorizados? ¿En qué hipódromo se ha visto que un burro se mida con el más gentil de los caballos?

TESTIGO 1: (Dirigiéndose a ambos lados del escenario.) Caballeros, acudan a este punto.

VALENTÍN: (Para sí.) ¿Y si a este juez yo le unto?

PONCE empuja a VALENTÍN al centro del escenario, donde también acude el HERMANO 1.

HERMANO 1: (A VALENTÍN. Amenazante) Mequetrefe, mi prima es un manjar que tus hocicos no van a catar.

TESTIGO 1: Caballero, guarde silencio. Imagino que conocen bien la reglas de este disputar…

(El TESTIGO 1 les ofrece a los duelistas dos floretes que, a su vez le ha facilitado a él el TESTIGO 2. El HERMANO 1 escoge primero, decidido. VALENTÍN, en cambio, tembloroso, coge el que queda.)

TESTIGO 1: Ya saben: espalda con espalda. A la que yo vaya contando, cada uno, diez pasos anda.

(Los duelistas se colocan espalda con espalda. El TESTIGO 1 se aparta unos pasos, quedando en el eje de ambos.)

TESTIGO 1: ¡Uno!

(Según el TESTIGO 1 vaya enumerando, irán los duelistas avanzando.)

VALENTÍN: (Para sí. Sacando fuerzas de flaqueza.) ¡Por don Miguel de Unamuno!

TESTIGO 1: ¡Dos!

VALENTÍN: ¡Por don Benito Pérez Galdós!

TESTIGO 1: Caballero, callarse es su deber. ¡Tres!... ¡Cuatro!...

VALENTÍN: El microscopio: ¡menudo aparato!

TESTIGO 1: ¡Cinco!... ¡Seis!...

VALENTÍN: Ya no me véis…

(En ese momento, VALENTÍN arranca a correr, pero, antes de salir de escena, se topa con CATALINA, una bella mujer, que aparece repentinamente.)

CATALINA: ¡Alto todos! (Dirigiéndose a sus primos.) Cuadrilla de matones beodos...