25 de mayo de 2008

La viñeta (IV)


12 de mayo de 2008

El futuro está en el Heavy.

Admiradores como somos de las múltiples manifestaciones artísticas del siglo XIX, no podíamos dejar pasar de largo uno de los acontecimientos decimonónicos más destacados de la temporada: el concierto de Scorpions en Leganés.
¿Quién no ha apagado alguna vez el equipo de música a un volumen brutal y al volver a encenderlo, sin recordarlo, se ha encontrado con que inesperadamente casi se le saltan los tímpanos? Esa sensación, que, en condiciones normales, puede durar lo que tardamos en dar con el mando a distancia y bajar el cursor del volumen, en el concierto de Scorpions se prolongó más de dos horas y nos dejó a algunos sordos como si hubiésemos dormido junto a una zanja abierta a golpe de percutor.
Tras el estallido inicial, el cantante, Klaus Meine, que por el físico ha de ser familia de Paul Simon, regularmente fue tirando al público decenas y decenas de baquetas. Sin necesidad de exagerar, más de cien. ¿Por qué? No se sabe. Batería todavía tienen, de hecho, cada vez que se quitaba la camiseta, el tono fluorescente de su piel brillaba en toda la plaza de toros. ¿Una promesa? ¿Ganas de que el público se construyese una cabaña a su costa?... A mí, del asunto lo que más me preocupaba es que, en el transcurso del concierto, todos aquellos que habían recibido una baqueta, la devolviesen al escenario y los Scorpions muriesen apaleados como focas del Ártico.
Un momento especialmente curioso del concierto fue cuando en la pantalla desplegada a sus espaldas apareció la bandera de España. ¡¿…?! Y más curioso aún fue cómo el público, abandonando por unos instantes sus guitarras invisibles, reaccionó entusiasta al asunto. No tanto, claro, como dos o tres pijos baba que andaban por ahí. Su presencia posiblemente se debiese a que, tiestos de fino, se habían quedado dormidos en el tendido durante la capea anterior al concierto. Entre lo de la bandera y la imagen que apareció después del Papa Juan Pablo II como acompañamiento a Wind of change, los tres pijos baba vociferaban con más énfasis que si estuviesen en la Plaza de Colón convocados por la Conferencia Episcopal. Aunque para gritos patrióticos, el de Klaus Meine, llamando al fervor local con una frase que debería dar nombre a una peña leganense en las próximas fiestas veraniegas: “¡Oh, yes, Leganés!”
Pasada la medianoche, como le sucedió a Cenicienta, el concierto terminó, se dieron las luces y las guitarras que todos los asistentes habíamos estado tocando, desaparecieron como por encantamiento, dejándonos medio sordos y con cuello dislocado de haberlo balanceado de un lado a otro. Lo único a objetar, que el mechero que llevaba para las baladas, ante la falta de aceptación popular, lo traje a casa sin haberlo encendido. Se ve que hasta el mundo del heavy evoluciona en sus costumbres...