26 de agosto de 2008

Poner el cazo.


En un disco de hace un par de décadas, en la funda de papel que protege al vinilo, aparece el mensaje que puede verse en la fotografía. El mismo es prueba de que, a pesar de que aquellos fuesen tiempos de walkmans y de ordenadores Spectrum y estos de iPods y aparatos informáticos de ciencia ficción, el utensilio que permanece siempre vigente es el cazo. Y ponerlo para arramplar la mayor cantidad de beneficios posibles, una práctica imperecedera en el mundo de la cultura.

11 de agosto de 2008

Palabra de actriz.

En una entrevista reciente, Maribel Verdú decía de Un dios salvaje, la obra de teatro que está a punto de empezar a ensayar, que había asistido a una representación de la misma en París y que, aunque no tenía ni idea de francés, había salido del teatro muy emocionada. Era una afirmación desconcertante, o al menos, cuando terminé de leer la entrevista, eso me pareció; pero, viniendo de Maribel Verdú, a quién admiro desde que trabajaba como becaria en aquel estanco vallecano, pensé: “Quizá sea ese el secreto para apreciar historias que en castellano nos parecen una auténtica bazofia, escucharlas o leerlas en un idioma que desconocemos.”
Así, y en agradecimiento a las palabras de la actriz, lo primero que hice fue tratar de recuperar alguna película española que había visto anteriormente y que, a no ser bajo coacción, nunca hubiese vuelto a revisitar. Bajé al videoclub y alquilé Bienvenido a casa, de David Trueba. Cuando hace unos años se estrenó, cometí el error de pagar una entrada de cine por semejante patata que, con tanto despropósito de retórica reflexiva presuntamente brillante y reveladora, invitaba a voces a pedir la hoja de reclamaciones a la salida.
Me armé de resignación, un poco temeroso de que las palabras de la Verdú no resultasen con el que me había parecido un auténtico adefesio del celuloide, y comencé a verla subtitulada en alemán. Y sí, he de reconocerlo, esta vez Bienvenido a casa me pareció un auténtico peliculón. Los diálogos, que en castellano me habían parecido artificiosos y huecos, en alemán, sonaban a verso del mejor de los poetas; el tono de los actores, fuera de la afectación inverosímil de la que hacen gala en las decenas de series españolas que protagonizan, resultaba contundente y sincero; la historia, cuyo hilo argumental, la primera vez que la había visto, me había parecido aburrido y previsible, en esta ocasión me atrapó con su trama… La película, como muy sabiamente orientaba Maribel Verdú, me emocionó.
Un día después alquilé Princesas, una película que tras el primer visionado me empalagó con sus pretensiones sociales y sus diálogos de ciencia ficción. Y, nuevamente, hube de retractarme. Esta vez, en rumano, cada una de las palabras que salían de la boca de las prostitutas protagonistas, sonaban a verdad innegable de oráculo. Y, la trama, un derroche de sabiduría y construcción…
Y, así, he continuado con esta labor de recuperación de toda la filmografía española que había menospreciado y querido olvidar sin que aún haya visto una película aburrida y vergonzante, incluso esos estrenos de directores jóvenes que estiran noventa minutos una ocurrencia que no da ni para un corto, viéndolas en otros idiomas, me parecen geniales.
Ando ahora detrás de algún canal internacional que dé programas televisivos patrios como el de Pablo Motos, a ver si es posible que en checo, por ejemplo, ese tipo consiga hacerme reír. O la serie que protagoniza Dani Martín, que sería perfecto encontrarla subtitulada en mongol, para que así la expresión facial del protagonista fuese más concordante con el idioma, y consiguiese que como actor resultase menos penoso que como cantante.