8 de septiembre de 2009

Verano cargante.

Con el final del verano y la llegada de septiembre, uno, con cierto alivio, piensa siempre: otro verano superado. En esta redacción somos todos más dados al recogimiento otoñal que al esparcimiento festivo y playero del verano, y cuando, llegado septiembre, las mangas largas y los anuncios escolares vuelven a nuestras vidas y echamos la vista a los meses pasados, los últimos días de junio se nos figuran infinitamente remotos.
Parece que fue ayer cuando, recién estrenados los días de sol y temperaturas extremas, nos levantamos todos con la noticia de la muerte de Michael Jackson. Un chasco para aquellos que confiasen en la duración infinita del periodo estival, ya que, si el dios del pop se alejaba un poco más del resto de los mortales, quedaba claro que sobre la tierra no habría nada ni nadie que no estuviese condenado a fenecer, verano incluido. Un fastidio para algunos y un alivio para otros.
Que todo tienda a desmoronarse es el pensamiento más optimista con el que afrontar el noventa por ciento de las noticias que aparecen en los periódicos. No han colgado el cartel de “Cerrado por vacaciones” ni los golpes de estado ni los artefactos explosivos ni otros cientos de sucesos que a los sucesores de Darwin deberían hacerles pensar si el ser humano en vez de descender del mono más probablemente desciende de alguna especie ya extinta de cerdo carroñero y reptante. Sólo pensar que no hay mal que cien años dure puede consolar a aquellos que diariamente nos fatigamos al ver y oír las acciones y declaraciones de la mayor parte de mandatarios, allegados y otros figurantes de lo noticiable. Su extinción, como la de todos, es cuestión de tiempo, un asunto de futuro, casi de ciencia ficción.
No muy lejos de dicho género, este verano nos ha dado uno de los argumentos más brillantes nunca ideados: la trama de corrupción galáctica creada por la escritora De Cospedal. Un argumento que, a falta de mejor canción del verano, ha generado un run-run que, en boca del señor Rajoy, se ha convertido en la melodía más persistente y radiada de todo el verano. En esta misma línea de asuntos de futuro están las obras de mejora del transporte público madrileño. No se ha librado tampoco este dos mil nueve de los habituales cortes y retrasos estivales, tanto en tren como en metro. Llegará un día de septiembre, en una fecha probablemente más cercana de lo que cualquiera pueda imaginar, en que, después de tantas y tantas obras de mejora, el alcalde de turno nos anunciará que en la estación de Sol se ha instalado el primer teletransportador del mundo, a disposición de todos los ciudadanos madrileños y que por un leve incremento (uno más) en el abono transporte, permitirá que todos podamos viajar encapsulados a nuestras respectivas casas en menos de un minuto…
En el apartado deportivo (o en el económico, que en este caso, lo mismo da), resulta curioso comprobar como, sin haber comenzado aún la liga de fútbol, ha quedado ésta ya resuelta a golpe de talonario. Es la estrategia del señor Florentino Pérez, que bien merece ser protagonista de alguno de esos relatos bíblicos con moraleja en los que se ataca la presunción, la soberbia, la fanfarronería, etc., etc. Veremos en qué termina su segundo episodio de delirios de grandeza. Por otro lado, las apabullantes victorias de Usain Bolt en los mundiales de atletismo han servido no sólo para poner de relieve que competición y distensión no tienen porqué correr por calles paralelas, sino también para resaltar algo que ya se sospechaba: la idiotez en grado delictivo de algunos redactores de deportes. ¿Cómo se explica sino que en Cuatro, un día después de su victoria en los 100 metros, se le ocurriera al lumbreras de turno poner a correr por una calle empedrada de Madrid a cuatro jamaicanos que se habían encontrado deambulando por ahí cinco minutos antes? Hay que ser lerdo…
En fin, el verano agoniza y prueba de ello son los últimos estertores que nos escupe sin fuerza ni consistencia en forma de estrenos pseudoculturales: la última película de Isabel Coixet, cuyo título tiene más poder narrativo que el film completo, y el último disco de Pereza, un nuevo ejercicio de presunción en el que la forma siempre se impone al fondo, y deja claro que el hábito no hace al monje. En definitiva, por mucho que el termómetro no se decida a bajar: verano superado.