26 de noviembre de 2009

Patologías actorales.

Cuando un director de cine decide llevar a la pantalla la adaptación de una novela, seguramente sin pretenderlo, está generando y potenciando una de las más comunes patalogías actorales: la del actor/actriz que asegura haberse quedado "impactado" la primera vez que leyó la novela cuya adaptación cinematográfica ha terminado de protagonizar. Siempre que pueden, al hablar de la gestación del film, el actor/actriz insiste en el gran shock que le supuso la lectura de la novela que el director le propuso; es tal su énfasis que, una vez vista la mediocre película, uno siente deseos de acercarse a la novela para comprobar si tiene algo más de sustancia que lo visto en el cine.
No estamos hablando, evidentemente, del Ulises de Joyce o de Crimen y Castigo, no, estamos hablando de novelas que en el mejor de los casos tuvieron una tirada máxima de cien ejemplares y cuyos autores no aparecen ni la entrada tres millones, si es que se les busca en Google. ¿Por qué, entonces, los actores hacen este tipo de declaraciones? ¿Es que son incapaces de dejar de actuar incluso cuando no hay cámaras delante? ¿Es que leen bastante menos de lo que su estatus cultural les presupone y cualquier novela que hile un par de párrafos amenos ya les suena a música celestial? ¿O es que tienen un cerebro tan idiotizado que piensan que todo lo que pasa por su lado, espontaneamente lo revisten con su aura de una magnificencia insuperable? Pues, si esto fuese una apuesta, desde esta redacción nos jugaríamos el dinero a que hay de todo un poco. Aunque, demostrarlo, ya no es tan fácil...