11 de noviembre de 2007

El Rastro (o madrugar un domingo.)

Después del paseo de esta mañana, he decidido que sólo voy a volver al Rastro si es que en alguna ocasión necesito imperiosamente algo que sea incapaz de encontrar en cualquier otro rincón del planeta.
Como me había sucedido la decena de veces que con anterioridad había perdido la mañana del domingo en deambular por sus calles, he terminado, como pollo sin cabeza, subiendo y bajando cuestas, con los talones llenos de pisotones, admirado de que alguien pueda pasarse seis horas de pie derecho con la esperanza de vender un puñado de cables despeluchados y unos visillos acartonados como el hojaldre, y, lo que es más admirable, que finalmente aparezca un tipo interesadísimo en comprarlos.
Siempre me decido a dar esta vuelta por el Rastro con la estúpida ilusión de que en un tenderete de una calle solitaria (esto, ya de por sí, es bastante improbable), apilado junto a una docena de cuadros más, voy a descubrir un auténtico Zurbarán que ha pasado durante años desapercibido para especialistas y curiosos. Y no sólo eso, una vez que lo reconozca, solapado en la parte trasera de uno de los travesaños del lienzo; voy a descubrir una pequeña nota autógrafa del pintor extremeño dando fe de su autoría. Por cuatro euros me lo llevaré a casa, etc., etc.
Pero con lo único que doy es con cucharas decimonónicas lamidas hasta la deformación, figuritas mohosas de escayola y llaves herrumbrosas más pesadas que aldabones. Y digo yo, ¿para qué se quiere una llave de la que se desconoce su cerradura? ¿Qué se hace en esos casos, va uno, puerta por puerta con la esperanza de que la llave encaje?... ¿Y si finalmente se da con la cerradura correcta y lo que hay detrás de la puerta nos decepciona? ¿Qué se hace entonces? ¿Se vuelve a tirar la llave al Rastro?... Posiblemente.
Aunque para cosas realmente decepcionantes, continué caminando hasta los alrededores de la Puerta del Sol, donde hoy (¡once de noviembre!) podía verse como una docena de operarios empezaban a montar el entrañable y navideño decorado de Cortilandia. Ha sido verlo e imaginarme dentro de un mes y medio caminando con prisa y, por distracción, caer atrapado en medio de la entusiasta masa humana que aplaude y tatarea todas las canciones del espectáculo...

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