13 de marzo de 2008

La alegría va por barrios.

Un personaje de C. J. Cela decía que no recordaba lugar más triste y desolador que la ermita de su pueblo el día después de la fiesta patronal.
El lunes, dando un paseo por la calle Génova, al tiempo ventoso y desapacible, que diseminaba y animaba a los peatones a buscar refugio en cafeterías y portales, se le unía una indescriptible sensación de desilusión y abatimiento. Será, pensé, que en este barrio celebraron durante el fin de semana las fiestas del distrito, y no hay al día siguiente ánimo para nada que se aleje de una penosa resaca. Una intuición que, al llegar a casa y ver las noticias del fin de semana, comprobé era cierta.
En las imágenes que daban por televisión de la fiesta, aparecían cientos de personas, todas, agolpadas, ondeando banderas al ritmo que marcaba por megafonía un plomizo ballenato, con un entusiasmo que en algunos casos amenazaban con llegar al histerismo. Posiblemente se tratase de una práctica local, una ancestral muestra de felicidad, supuse, consistente en agitar con tal énfasis las banderas que la tela y el mástil terminasen desgarrados. Y en esto, como en todas las tradiciones ancestrales, las mozas más veteranas parecían llevar las de ganar. A sus cincuenta años, se les veía mirar fijamente a cámara, con tal devoción y convencimiento, que los ojos enrojecidos, a la vez que no dejaban de ondear compulsivamente las banderas, se temía fuesen a salírseles de las cuencas. Luego estaba la población más joven, que vestía uniformemente la camiseta de la que debía ser única peña del barrio, en tonos azul pálido. Los muchachos más jóvenes, arrastrados por el entusiasmo general, trataban de compaginar el movimiento insistente de las banderas con el atuse de sus ondulados flequillos; a la par que ellas, con una dedicación parecida, el batir de aquéllas lo acompañaban de profusas sonrisas que ponían en correspondencia la blancura de sus dentaduras con la de las perlas que en sus orejas brillaban.
Desde un balcón de la ermita del barrio apareció un señor, que debía ser el presidente de la asociación de vecinos del distrito, junto a una breve comitiva de unas cinco o seis personas más. Entonces el alboroto fue aún mayor. El ruido del ballenato quedó eclipsado por los cánticos del vecindario. A las palabras de agradecimiento del presidente de la asociación le seguían los vítores de los congregados, en clara oposición a un barrio vecino contra el que también clamaban, y a aquéllos, un nuevo agradecimiento y una nueva y festiva agitación popular.
Semejante celebración, que posiblemente no se dé ni cuando un partido político gane unas elecciones generales, había dejado hoy en la calle Génova una sensación de desaliento y tristeza que hacía buenas las palabras de aquel personaje de Cela.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Realmente bueno, Optimista.
Sólo he vuelto a ver a estas mujeres maduritas con los ojos fuera de sus cuencas y el rostro encendido en los sitios de strippers masculinos (también llamados "boys") y en las procesiones, quiero decir, manifestaciones, pro-familia.

Rubén Moreno Castellanos dijo...

Ay. ay, ay, no me hable usted de esas fiestas populares, que yo formé parte de la comisión para dictaminar qué pregón era el mejor...

Buen post!!!