15 de abril de 2009

El coleccionable: "LAS ANDANZAS DE UN MATÓN VENIDO A MÁS" (1ª entrega.)

Amanecía un día de finales de marzo, tibio y despejado. El sol, que durante semanas había sido relegado por una incesante sucesión de sucios nubarrones, brillaba hoy, tímido y desconfiado. Muchos peatones, desconcertados por esta inesperada tregua, caminaban de igual modo, prevenidos e incrédulos, pero a la vez felices de que sus pasos no tuviesen que buscar esta mañana también la protección de alguna cornisa.
Uno de ellos, un tipo alto y pulcro, lo hacía a paso ligero, llevando consigo un paraguas plegado. “No debería haber cogido el paraguas hoy”, pensaba. “No tiene pinta de que vaya a llover”. Llegó a la esquina de San Bernardo con Gran Vía y giró hacia la derecha.
Cuando unos años atrás una conocida cadena hotelera se hizo con el centenario y ruinoso Hotel de San Luís, hubo algunos que, ante su inminente demolición y reforma, se manifestaron en contra de que del antiguo edificio de comienzos del XX sólo se hubiese decidido conservar en pie su fachada. El Ayuntamiento, al que principalmente se culpó de semejante torpeza, justificó dicha intervención con un par de precipitados informes, que insistían en el alarmante estado de ruina del inmueble y en la pronta demolición como solución más conveniente.
Durante esos meses de vaciado y reconstrucción, la fachada permaneció cubierta por inmensas lonas sobre las que se fueron publicitando decenas de estrenos cinematográficos. A nuestro hombre del paraguas plegado, dicha polémica le pasó completamente desapercibida, pero no así los cartelones publicitarios que cubrieron la fachada. Finalmente nunca se decidió a ver ninguna de las películas que allí se publicitaron, pero, aún así, estar al tanto de la cartelera, por si acaso alguna tarde optaba por ir al cine, durante esos meses, hizo que se sintiese en armonía con la oferta cultural de la ciudad.
Se detuvo antes de cruzar de acera y observó decididamente la fachada del hotel. Restaurada, monumental y fulgurante, se le hacía menos interesante que cubierta por los inmensos cartelones. Vista una vez ya no tendría porqué levantar la vista cada vez que pasase delante suya, pensó.
Entró en la cafetería del Hotel de San Luís por el acceso que se abre a Gran Vía, justo al lado de la puerta principal que conduce a la suntuosa recepción. A esa hora de la mañana, la cafetería apenas tenía tránsito. “Será que el desayuno a los huéspedes se sirve en otra sala”, pensó. “O que estos turistas europeos desayunan todos antes de las siete de la mañana…”.
Junto a los ventanales, en fingido desorden, cómodos butacones de fieltro color caramelo se arremolinaban entorno a una decena de mesas bajas. Al fondo, una escueta barra de perímetro ondulado, atendida por un camarero uniformado, presidía el espacio. Apoyado levemente en uno de sus taburetes, un hombre bien vestido, desplegaba ante sí un diario de información económica. El recién llegado supo nada más reparar en él, que aquel hombre era sin duda el desconocido con el que se había citado allí. En su llamada telefónica, el viernes anterior, un hombre que se había identificado como Ignacio Lafuente, le había insistido, no podía darle por teléfono muchas explicaciones: tenía un asunto que proponerle, conocía a Saldaña y, por discreción, prefería que no refiriese su llamada a nadie. El lunes, cuando se encontrasen en la cafetería del Hotel de San Luís, aseguró, le facilitaría todos los detalles.

No hay comentarios: